Prólogo

La Leyenda de la Betsaida

Hace mucho tiempo atrás, la tranquilidad reinaba sobre el cielo de Méria cuando las tinieblas y la oscuridad intentaban abrirse paso bajo el poder de Haros, rey de los tres reinos. 

En nombre del poder se arrasaron muchas vidas y se mataron inocentes. Una guerra contra los magos que sólo podía acabar en un desastre.

Las casas eran saqueadas, las cabañas ardían con personas en su interior culpables de nigromancia, los inocentes eran presos por un mar de soldados a las órdenes de un soberano monarca sediento de bañar las calles de toda Méria con sangre mágica, ya que, ellos eran los únicos que se interponían entre él y el poder absoluto de los tres reinos.

Por desgracia, el color rojizo que teñían las calles de su reino era sangre de justos y puros, puesto que, toda persona con el don de la magia huía bajo la seguridad del bosque, más allá de las lindes, donde no entraban los exterminadores del rey Haros.

El cielo se vestía de negro, los paisajes eran desolados gritos y carreras por salir con vida de la masacre cuando desde las mismas fauces del palacio salió la única esperanza que acabaría con tal devastadora situación.

Reinaba el silencio, el murmullo de una cascada cercana era el único ruido perceptible.

Alerta los guardianes hechiceros, iban a atacar a una sombra que penetraba en el corazón del bosque, pero sus conjuros y pociones no servían, por lo que, se fueron hacia una aldea abandonada que habían logrado improvisar para mantenerse a cubierto de las garras de Haros.

Arcos, conjuros, pociones, lanzas, espadas… todo preparado para la desconocida figura.

Todo cayó y se desvaneció cuando una mujer de rasgos perfectos, envuelta en una túnica inmaculada, se dejó ver.

Murmullos mudos inundaron aquel claro. Los presentes la reconocieron, Lindsay, reina de los tres reinos.

Se deshizo de la túnica dejando ver al príncipe Gael, heredero de Haros. Aguardaron para atacar pero ella, con su gran corazón, acarició la frente de su único hijo del que salieron unos extraños destellos.

Magia.

La reina y su hijo eran portadores de este don.

Lindsay temía que Haros pudiera poner las manos encima a su propio hijo y acabar con él, por lo que decidió entregarles al futuro rey para que lo escondieran de su padre y también, de esta manera, se ganaba la confianza de todos ellos. Ella a cambio les garantizaría la victoria.

Una vez sellado el acuerdo, la reina volvió a la poca seguridad que tenía en el castillo, para buscar la manera de acabar con aquella guerra.

Más sangre derramada y un rey ultrajado por el robo de su propio hijo. Mientras, en la oscuridad de las mazmorras, luces de energía revoloteaban entre Lindsay y tres objetos, con los que daría origen a la espada más poderosa que jamás haya existido. Fue bautizada con el nombre de Betsaida, "la elegida".

Mandó llamar a Lea, su nodriza y la única confidente de la reina, a la que le pidió que le entregara la espada a los magos del bosque.

Lindsay, desde el palacio, pudo sentir cada vida perdida por causa de aquella espada, y ni más ni menos, sentir como la vida del rey se marchaba, y de la que sin darse cuenta le hizo caer una lágrima.

Reinó la calma en los tres reinos que seguía sin el heredero al trono, después de la devastadora batalla que acabó, con el triunfo de los magos.

Lindsay, postrada en su cama, esperaba la llegada de la muerte cuando se le desgarró el alma, al oír los llantos de su hijo más allá de los confines del bosque. Lea, fue en busca del heredero, pero cuando lo encontró vio a su pequeño cuerpo tirado en el suelo, y con la Betsaida clavada en el corazón. Lea rompió el silencio del bosque con un grito que llegó al corazón de la reina.

Lindsay, temiéndose lo peor, se puso en pie como pudo y se fue hacia el bosque, donde pudo observar a Lea arrodillada a los pies de un pequeño cuerpo inerte, con aquella espada clavada en él. Con el corazón desgarrado, tomó fuerzas y se enfrentó al líder de los magos. Ésta con las pocas fuerzas que le quedaban empleó su magia para arrebatarle la espada y marcharse al palacio.

Aquella traición y las ganas de vengarse provocaron que se prolongara la hora de su muerte.

Lindsay tenía que destruir aquella espada, que fue la causante de la muerte de su esposo y de su hijo. Una espada con un poder tan inmenso que jamás pensó que podría llegar a existir. Sin embargo, con sus escasas fuerzas sólo fue capaz de separarla en los tres objetos originales, que más tarde Lea ocultó.

La reina prometió que cuando recuperase todas sus fuerzas volvería para destruir aquello que creó y así, acabar con la traición. Finalmente, su cuerpo lentamente desapareció de este mundo.

Las lenguas dicen que quien encuentre los tres objetos legendarios y los una, alcanzará la vida eterna, pero por separado, llevan la traición y la maldad a quien los porte.

Nadie conoce la identidad de los objetos legendarios, pero cada uno de ellos es una prueba del amor de Lindsay a su hijo, quien fue la culpable de la muerte de su esposo, la magia que sacrificó y, por último, la señal de la batalla.