INTRODUCCIÓN

La luna se alzaba abrazando la noche fría y oscura mientras que, en una remota y vieja ventana de cristal, su luz permitía a una anciana acompañar a su nieta hasta la cama para arroparla con las viejas mantas de lana y con historias llenas de aventuras que a su querida nieta tanto le gustaban.

Buenas noches querida. – dijo la abuela mientras arropaba a su nieta más pequeña.
Por favor abuela – le rogó la niña agarrándole de la mano - no te vayas sin contarme uno de tus cuentos. -Su abuela la sintió fuerte y decidida por lo que se sentó junto a ella sonriendo. La anciana estaba igual de entusiasmada.
- ¿Cuál quieres que te cuente? – preguntó susurrando, ya que a su hija no le gustaban que se quedaran despiertas hasta muy tarde. A la nieta se le abrieron los ojos.
- ¡¡La del príncipe secreto!! – dijo emocionada. La abuela le mandó a callar rápidamente para que no despertara a los demás. La niña ya se la conocía entera y le encantaba. La anciana se colocó en una postura más cómoda y carraspeó para hablar más claro. Después, se puso a recordar esa triste historia sin poder evitar que la nostalgia le invadiera…

Hace unos años en el reino de Norkia, gobernaba un gran monarca, Ulric Erveratt, quien era querido por su pueblo siendo un rey justo y honesto. Todos esperaban una gran descendencia tras su casamiento con una bella joven de la nobleza, pero nadie podía adivinar las malas consecuencias que acarrearía tal hecho al reino.

El tiempo pasaba y la tranquilidad de todo un reino perduraba. Sin embargo, la edad ya avanzada de los reyes y sin una descendencia hacía preocupar y desconfiar al pueblo sobre el futuro del reino hasta que un día unos visitantes extranjeros pidieron presentarse ante el rey con una posible propuesta para acabar con el problema de infertilidad.

Cuando el rey se enteró de esto no se sorprendió. Muchos ya habían intentado con miles de brebajes medicinales para crear una nueva vida en el interior de la reina, pero nunca sucedió nada extraordinario. Aun así, quiso intentarlo una última vez para poder recuperar la confianza de su pueblo, por lo que aceptó la propuesta de los visitantes.

Una vez que pisaron el castillo, el ambiente cambió. La sensación de paz se transformó en incertidumbre por lo desconocido y en un sentimiento temeroso por parte de todos los que residían en el lugar. A nadie le gustó la apariencia de aquellos hombres. Vestían ropajes exóticos con turbantes que les cubrían completamente la cabeza y túnicas que le llegaban hasta los pies donde la mirada era lo único que estaba al descubierto. Unos ojos tan claros que parecían esconder secretos muy oscuros y que te hacían percibir que el miedo y el infierno podrían aparecer en cualquier momento.

Los visitantes se inclinaron ante los reyes y les ofrecieron, con el objetivo de crear un descendiente, un frasco especial, para que la reina lo tomase y una vez que los reyes consumasen de nuevo su matrimonio pudiese ocurrir el milagro. Sin embargo, eso no fue lo único. Antes de marcharse los visitantes sacaron muy cuidadosamente de dentro de una pequeña caja hecha de madera de caoba con detalles de bronce y envuelto en un paño de terciopelo oscuro, un anillo de plata que desprendía un destello carmesí destinado para el rey que le ayudaría más intensamente en la búsqueda de un hijo.

El rey Ulric se lo colocó en el dedo índice de la mano izquierda y de pronto, sintió que una energía extraña le estremecía el cuerpo entero. Al principio se desconcertó, pero finalmente, sintió como si le hubieran quitado años de encima. El rey dio las gracias a los visitantes y éstos se marcharon fuera del reino.
La sensación de miedo quedó impregnada para siempre en la piel de los residentes del castillo. Algo había cambiado. Algo había atravesado las murallas del reino y se quedaría para siempre dentro de él. Los reyes sorprendidos dieron la noticia de que la reina estaba embarazada y por fin tendrían su anhelado hijo. Sin embargo, a veces cuando llega una nueva vida otra se va y en este caso, conforme más tiempo pasaba el rey era cada vez menos él mismo.

El rey estaba cambiando. Las normas para crear y mantener la paz entre sus gentes se volvían cada vez más estrictas. Los recaudadores de impuestos cada vez pedían más dinero al pueblo y algunas familias fueron tan exprimidas económicamente que morían de hambre o de frío, ya que no se podían permitir comer ni dormir bajo un techo. Cualquier delito por pequeño que fuera se pagaba con la muerte delante de todos.

Los que trabajaban al lado del rey no entendían por qué actuaba así cuando las arcas del reino estaban ya repletas. Además, le tenían miedo debido a un comportamiento violento e incluso, sangriento que mostraba en numerosas ocasiones.

La mano derecha del rey llamado Adolph Dork, estaba sintiendo algo más extraño de lo normal. En alguna ocasión, vio como el rey hablaba entre susurros consigo mismo y mirando hacia su alrededor con los ojos desorbitados se asustaba de su propia sombra.

Pasado el tiempo, la reina creía que a su marido le había poseído algún demonio y en alguna ocasión había propiciado a que tuviera un accidente mientras estaba embarazada. Esto hizo pensar a la reina de que el rey sería capaz de arrebatarle a su hijo en cuanto naciera, por lo que, ideó un plan desesperado junto a la mano derecha del rey para acabar con aquella situación.

El día en el que nació el heredero al trono la reina solo pudo mirarle a los ojos un segundo. Rápidamente, una nodriza cogió al niño y lo intercambió por otro bebé muerto. Se llevó al príncipe lejos, a un lugar donde nadie pudiera encontrarlo jamás a excepción, de la mano derecha del rey.

Mandaron a dar la noticia al rey y a todos los mandamases anunciándoles que el bebé había nacido muerto. Una gran decepción para todos menos para el rey a quien, no le importó mostrar un sentimiento de alegría al saber que nadie sería capaz de arrebatarle el trono, nunca.

La salud de la reina después del parto, había decaído precipitadamente y ya estaba rozando el borde de la muerte cuando en secreto pidió a la mano derecha del rey que matara a su marido con un frasco que portaba un veneno mortífero, y que cuando lo hubiera hecho recuperase a su hijo y lo hiciese rey.

La reina murió y un tiempo después Adolph, contemplando que todo el reino estaba cada vez más decadente, decidió que ya había llegado el momento de emplear aquella maliciosa sustancia.

Mientras se realizaba una ejecución en público, el rey estaba disfrutando de una inmensa comida con una gran variedad de alimentos. Cuando se le acabó el vino de la copa gritó a la doncella que trajera más y en su camino a la cocina la mano derecha del rey la paró en seco y le pidió que se marchara. Entonces él, llenó una jarra con abundante vino y le echó aquella sustancia líquida sin que nadie se diera cuenta. Finalmente, le pidió a otra sirvienta que llevase el vino a su majestad.

Una vez que el vino llegó a la copa el rey, éste no reparó en nada más y tragó como si fuese un animal. Cuando ya hubo acabado la comida y la ejecución se levantó medio mareado y fue hacia la habitación real cerrando la puerta tras él de la cual nunca más volvería a salir con vida.

Cuando anunciaron que el rey había muerto inesperadamente surgieron sentimientos de sorpresa y alivio. Después de aquello, buscaron a la doncella que le había servido el vino ya que descubrieron que había sido envenenado, pero cuando la encontraron ya había muerto en extrañas circunstancias. 
Con la muerte del rey y sin heredero se tenía que decidir quién se volvería a sentar en el trono, por supuesto fue elegido la persona más fiel y leal al reino, la mano derecha del rey, Adolph Dork, quien se mantuvo callado pensando qué haría con el hijo de la reina.

Los años transcurrían más deprisa de lo normal, el reino prosperaba y casi sin darse cuenta, Adolph, ya estaba viejo para ejercer adecuadamente como rey por lo que, propuso a su hijo Klaus, quien recientemente había cumplido dieciocho años.

Viendo a su hijo Klaus coronarse como nuevo rey de Norkia, Adolph no pudo parar de pensar en la promesa que le hizo a la anterior reina: traer de vuelta al heredero al trono una vez que Ulric falleciera. Una promesa incumplida que se le hacía cada vez más pesada.

Pasaba el tiempo y su conciencia no le dejaba descansar por el día y por la noche, ésta permanecía en forma de pesadilla. Hasta que un día decidió ir a ver al niño para poder callar esa voz interior que le atormentaba.

Al llegar al lugar donde le indicó la sirvienta se encontró con que ya no había un pequeño niño, sino un joven de rasgos duros con pelo oscuro y unos ojos tan negros que Aldoph sentía que le rasgaban el corazón dejándole sin aliento. Vivía en una granja de animales y trabajaba como un esclavo sirviendo a aquellos padres adoptivos quienes nunca lo trataron como tal, sino como a un animal más. Pudo ver cómo lo azotaban por tropezar y tirar la comida de los cerdos al suelo y cómo sus gritos eran capaces de helarle la sangre.

No podía parar de pensar en que aquella injusta situación podría cambiar en cuanto supieran que estaban lastimando al que hubiera podido ser el actual rey sino hubiera sido por él y su ambición de poder. Sin embargo, ya era demasiado tarde para solucionar las cosas y decidió dejar unas monedas de oro a la familia a cambio de que no le contaran nada sobre su procedencia.

Adolph, quien tuvo el poder de un reino en una mano, y el honor y la lealtad en la otra escogió la opción que más le pesaría por el resto de su existencia  y la que, por tanto, le llevaría hasta la tumba.


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